Básicamente de acuerdo, pero creo que el discurso al que pretenden los medios llevarnos es muy interesado, el debate se debería plantear a otros niveles.Por supuesto no debemos olvidar la historia ni la conquista de muchas libertades por partes de las mujeres; menos aun hacer el juego a regímenes autoritarios teocráticos o con fuerte poder religioso en las instituciones políticas. Nuestro propio pasado ya nos "ilustró" de como de estas mezclas suelen hacer emerger hacia el poder a los sujetos más fanáticos (*).
Entretanto no podemos olvidar nuestra historia y nos a costado mucho, sobre todo a las mujeres poder votar al margen del padre o el marido, poder llevar una minifalda sin que la apedreen. En las sociedades donde el poder social y religioso van de la mano es difícil discernir entre convencimiento personal libre del individuo y el que viene impuesto por el poder.
Lo expongo de otra manera: si una mujer quiere llevar burka en España o Arabia, que lo lleve; si una mujer quiere ser monja de clausura, que lo sea; si una mujer quiere llevar minifalda, que la lleve. Lo contrario igual de contundente: si una mujer no quiere llevar burka en España o Arabia, que no lo lleve; si una mujer no quiere ser monja de clausura, que se salga; si una mujer no quiere llevar minifalda, que no la lleve. La libertad va unida a la tolerancia y al respeto a los demás. Eso implica aceptar cosas en lo público que igual no nos gustan. Ahora bien no porque sean intolerantes en Arabia, nosotros debemos serlo: son cosas de la libertad y de la tolerancia.
Si como sociedad creemos que el burka es un símbolo religioso que no debe ser público, pues ese es otro debate. ¿Queremos abrir el debate de la simbología religiosa en la calle o lo del burka es porque realmente somos islamofóbicos?
Mientras escribo esto quieren lapidar a una mujer por adúltera en Iran. Puedes "firmar" por su liberación en http://www.es.amnesty.org/actua/acciones/iran-lapidacion-mujer/
(*) Esto nos puede llevar a hablar de temas como la separación de las ideas religiosas (como cosa propia) de las de convivencia civil (como cosa pública), que José Antonio Marina trata en "Por qué soy Cristiano" y luego cierra en "Dictamen sobre Dios".
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